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  • Foto del escritorMariana García Guschmer

Los beneficios del matrimonio imperfecto





Se trata de comprender que la perfección se da de bruces con la realidad. Es más saludable entender que hay posibles no perfectos.


El sujeto vive en esa carencia que moviliza. Pertenece a la especie humana y como tal, se reproduce, muere, es diverso. Está unido a los demás por el lenguaje, la palabra que permite dirimir (o al menos intentarlo) y acceder a lo distinto.

El mayor de los retos es, pues, aprender a tolerar ese Otro que tiene enfrente, poder vivir y relacionarse con él construyendo a partir de esa diferencia.


La utopia, como dice Eduardo Galeano, nos impulsa a caminar porque es aquello que se mueve y que siempre falta.

La realidad, es ese lugar donde el sujeto es capaz (con trabajo) de transformar su camino y dilucidar nuevas utopias, nuevos horizontes, otros deseos.


En la pareja, también sucede.

Hay muchas parejas que esperan la perfección, la exacta respuesta, la precisa mirada. La pareja se construye a cada momento entre dos.


Entender que la elección es cada vez, resulta complejo muchas veces. Y que cada uno es un mundo particular, también. Saber que el otro tiene una vida, una historia, una familia, unos gustos puede ser tomado como una agresión cuando realmente es un tesoro, es aquello que viene a sumar, a enseñar nuevas maneras, nuevas formas. Interpela al sujeto, lo impacta y ofrece alternativas. Plantea un interrogante hacia sus propias lealtades, hacia lo que creía inapelable. La propia ideología sufre un cuestionamiento. Esto puede ser una gran oportunidad.


El saber escuchar es una de las claves.


Saber que pueden existir momentos donde lo mejor es la ayuda profesional permitiendo observar situaciones y cuestiones de un modo diferente, es reparador.


La perfección es un ideal (construido por cada uno de forma subjetiva) que puede impulsar o limitar. La realidad y la perfección son conceptos complicados de conjugar juntos.

"Solo se trata de vivir, esa es la historia".


Matrimonio imperfecto

No estaría nada mal regalarles hoy la utopía del matrimonio perfecto: la isla que jamás tocarán los huracanes, donde cada pregunta cotidiana vendrá con su genial respuesta y el viento cabalgará las tardes con el sonido de risas lejanas. ¡Ah! Cómo quisiera regalarles hoy un matrimonio envuelto como un jarrón chino completo con los jeroglíficos para adivinar el futuro y el mapa de las acertadas decisiones; un jarrón donde florecieran girasoles tercos en medio de copiosos inviernos tropicales.

Pero osaré conjurar el anverso oculto de la vida, la que se labra a diario con las manos, para atreverme esta tarde en San José de Costa Rica frente a amigos y parientes, a retarles al amor más imperfecto y humano al pequeño caudal que cuando se hace río y corre al mar, se despeña, y en su aparente quiebre crea las cataratas en las que el sol sale a pescar el arco-iris, ese que a veces se llena de rugidos de palabras que nombran impetuosas los peñascos y rápidos con que se topa el agua, pero que, saciado de decir, fluye para recuperar la transparencia donde flotan los barcos transportando las frutas. No quiero para ustedes el amor irreal de las tarjetas decoradas con dulces y lacitos sino ese que han venido afinando sabiamente cada uno a su modo, un amor brioso y exigente que ha aprendido a ser manso siendo terco siendo tenaz, constante, cada uno con su rama en el pico haciendo y acomodando el nido. Cada uno con su sueño, osando revelar la arcilla de su edificio íntimo.

La utopía es la isla solitaria donde nadie desembarca. Por eso les deseo el amor más desnudo y cotidiano la confianza y ternura


de acariciarse el alma, aceptarse imperfectos y construir la recóndita esquina del abrazo apretado del pedazo de mundo donde la soledad termina.


Gioconda Belli. Nicaragua, 1948.


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